domingo, 12 de septiembre de 2010

Libertad interrumpida...

Se escucha el golpeteo de las teclas, los lápices raspando ferozmente las hojas, un alboroto en el vestíbulo, demasiada gente haciendo escándalo, las sirenas de las ambulancias y patrullas enmudecen ante la turba iracunda.


El piso de mármol parece hundirse con la cantidad de gente entrante. La recepción no da cabida a más personas y las paredes aprisionan los gritos.- ¡Exigimos nuestros derechos! ¡No se vale!-. Las puertas de la recepción son totalmente olvidadas y la conglomeración rompe las barreras de lo político e incrusta en el edificio su furia. Avanzan oficina por oficina, buscando al procurador.

-¡MALDITOS CULEROS! ¡HIJOS DE PUTA!

El eco de los gritos se pasea deliberadamente por la ciudad.

- ¡NOS ESTÁN MATANDO COMO PUERCOS Y LES VALE MADRE CABRONES!

Los funcionarios y trabajadores del lugar se atrincheran en las oficinas olvidadas, los ventanales que las adornan son atravesados por sillas, masetas o cualquier objeto que las pueda romper, estallan en un centenar de luces cayendo al unísono en las testas de los agazapados.

-¡QUINTO PISO!- grita uno -¡EN EL QUINTO PISO ESTÁ ESE PENDEJO!

Ipso facto, montones de gente se alistan para un linchamiento y corren todos peleándose la sangre de la presa. Al llegar, encuentran a una mujer limpiando el desorden del escritorio, comienzan a relucir los machetes y hachas en las manos de los hombres.

-¡DÓNDE ESTÁ AQUEL CABRÓN!

-¡No está! ¡No está! ¡Por favor no me hagan nada! ¡Por favor!- la secretaria estalla inmediatamente en llanto y alaridos. -¡Por favor no me hagan nada!

La conglomeración se retira sin dejar más que ventanas rotas y unos cuantos heridos con cortadas leves. Cuando la mayoría se hubo separado del edificio, un enorme cuerpo de policía los esperaba. Sin más preámbulo abrieron fuego.

Niños, mujeres y ancianos. Cualquiera que se encuentra al alcance es asesinado brutalmente,

-¡Mamá! ¡Mamá!.

-Hija, ¿como está mi niña?- con el tono más cariñoso que tiene y la frialdad posible para controlar sus nervios, recibe el abrazo de la pequeña.

Se acuesta en un pequeño diván blanco, muy cómodo. Apoya la cabeza y cruza las piernas, deja caer los brazos a los costados. Era la secretaría del procurador.

-Ayer fueron los trabajadores del campo- suspira- no sé que será después.

Ismael Ruiz R.

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